¿Cambiamos o empezamos a ser quienes siempre fuimos?
Reflexiones de domingo inspiradas por Arnold Beisser
🌬️La inspiración:
“Change occurs when one becomes what he is, not when he tries to become what he is not.”
Arnold Beisser.
🤔 La reflexión:
No sé si fue en notes o en una de las decenas de artículos o textos que leo dentro o fuera de Substack, pero encontré esta cita y empezó a resonar ampliamente en mi cabeza. Era como un eco persistente e inagotable, que volvía una y otra vez. Como el sonido melódico de un carrillón cada vez que lo agita una brizna de viento.
La insistencia de mi mente en quedarse anclada a esta cita me hizo plantearme si debería analizar más a fondo el motivo de mi nueva obsesión.
Soy persona de obsesiones -lo reconozco- y de desentrañar “misterios” -a lo Sherlock Holmes1 -, me gusta comprender y entender y cuando no lo hago, me obsesiono secretamente o a voces (como ahora) con descubrir ese misterio.
Dicho lo cual, no pude dejar de observar los efectos de esa cita:
“Change occurs when one becomes what he is, not when he tries to become what he is not”
O, en cristiano (como diría mi abuela):
El cambio ocurre cuando te conviertes en lo que eres.
No cuando intentas convertirte en lo que no eres.
Decidme si no es reveladora…🤩
Parece evidente, pero no lo es tanto.
Parece que debiéramos ser siempre iguales, no estar sujetos a cambio, pero en realidad lo que suele ocurrir es que somos cambio constante y que a medida que crecemos y atesoramos nuevas experiencias vamos a mejor -o a peor- en todos o en ciertos aspectos de nuestra vida.
Ocurre, sin embargo, que muchas veces estos cambios, más que cambios parecen una vuelta a lo esencial y es que como os preguntaba en el post del domingo pasado…
¿Estamos haciendo lo que queremos o estamos siguiendo el camino trazado?
En ese camino trazado, en ese camino debido o esperado es donde quizá no podamos encontrarnos y “cambiarnos” porque supone querer encajar en un concepto que realmente no somos. De ahí ese no cambio cuando se intenta ser quien no somos.
Imaginaos un recipiente a medida de un plátano (exacta y concreta forma de un plátano), ¿Cómo va a estar allí una naranja a gusto? No es su molde. No encaja. Si se empeña en introducirse en ese molde, va a destrozarse. Es más que evidente a los ojos de cualquiera ¿no?
No tan evidente en los intangibles moldes personales, pero, sin embargo, nos esforzamos a encajar a la fuerza en cajas, cilindros o jaulas que no pueden albergar nuestra forma. Nos empeñamos tanto que, en ocasiones, incluso nos destrozamos en el intento.
Sin embargo, cuando a pesar del camino marcado intentamos convertirnos en quienes realmente somos, es donde hipotéticamente ocurriría este cambio, si desmenuzamos la cita que ha dado origen a este post.
Podríamos ser una manzana, un plátano o una granada plena, sin tener que amoldarnos al envase de una caja de arándanos.
Pero doy un paso más…
¿Estamos cambiando o estamos volviendo a ser quienes realmente siempre fuimos?
Porque si es así, esto supondría que siempre fuimos lo que somos, y nunca hemos dejado de serlo.
La sociedad o nuestro entorno intentó meternos a la fuerza en un molde en el que nosotros, como pieza social, no encajamos y nos dejamos llevar por la inercia, y ahora se trata de descambiar lo cambiado.
¿No es así?
Por favor, cualquier comentario que arroje luz o una opinión discrepante será bienvenido.
Quizá este cambio, entonces, solo sea empezar a desprendernos de todo aquello que no es nuestro, la necesidad por la necesidad de obtener algo2, de unas creencias que son de otros o de unos límites aprendidos, de una forma de vivir que lastima.
Quizá entonces no estemos operando ningún cambio, pero si quitándonos esa fina capa de piedra que nos mantenía inmóviles y quietos al servicio de las expectativas de otros.
Quizá signifique despertar de nuestro letargo, que ha sido auspiciado por años de programación del entorno.
Quizá sea recordar que siempre fuimos nosotros, desde el inicio, pero nos perdimos en el camino.
Quizá se trate de alejarnos del ruido y de los objetos brillantes que prometen resultados que nunca buscamos.
Quizá, se trate de simplemente encontrarnos.
Quizá se trate de imaginar que somos esa Isabel, o Paula, o Sonia, o Pablo, o Alberto de 4 años y vernos jugar con ese juguete que nunca soltábamos, conversar y preguntar a nuestros abuelos o sentir el agua fría de finales de junio cuando las piscinas abrían sus puertas.
Quizá el cambio solo signifique rememorar que nos hacía y nos ha hecho siempre esbozar una sincera sonrisa.
Quizá el cambio sea aprender que nunca dejamos de aprender quienes somos, y que siempre seremos quienes fuimos.
Quizá el verdadero punto de inflexión sea empezar a hablar con nosotros u observarnos para conocernos de nuevo.
Quizá porque lo releía y releía junto a otros libros de suspense y misterio en mis veranos de niña
De un coche, de una casa, una carrera, una imagen, una pareja, de un determinado estilo, de un estatus, de una educación… Y no discuto que todos tenemos necesidades materiales
Quizá tengas razón: el cambio no es una transformación ruidosa, sino un regreso silencioso. No hacia algo nuevo, sino hacia lo que fuimos antes de los miedos, de los deberes, de las expectativas ajenas.
Quizá sea eso: quitarnos la piedra, no ponernos alas. Volver a hablar con nosotros, sin juicio. Recordar qué nos hacía sonreír de verdad. Volver a la piscina de junio, al juguete irrenunciable, a la voz del abuelo que aún nos acompaña en la memoria.
Quizá no estamos cambiando. Solo recordando quiénes éramos.
Y eso, Isabel, ya es mucho.
¿Sabes? Lo único que no me encanta de regresar a lo que uno es es que me suena a destino. Y me gusta pensar que entre tantas posibilidades, hay varias buenas y solo una. Es decir, los cambios que más valen la pena son aquellos que nos muestran caminos que resuenan con lo que aspiramos a ser. No en plan “le diste al correcto” sino “le diste a una de las posibilidades correctas