De las preguntas sin respuesta y otros cacaos mentales
A veces me preguntó por qué dejé de escribir. Y, sinceramente, no hallo respuesta. No sé por qué. Supongo que fue algo paulatino, supongo que por mi profesión y formación actual satisfacía esta necesidad de plasmar la palabra escrita a través de demandas, recursos y escritos, o será porque esa lógica intrínseca que tiene el Derecho, esa sinfonía de frases, oraciones, sentencias y argumentos que llevan a tu lector a la conclusión sin esfuerzo era el alimento de mi alma de escritora.
No lo sé, pero el caso es que si nos ponemos lógicos y atendemos a los hechos (deformación profesional), ya estaba escribiendo, pero de otra forma, para un fin o propósito distinto. Supongo que lo que quiero decir -sin éxito-, a pesar de que mi ego de perfecta usuaria del español me contradiga, es que necesito escribir por escribir. Escribir “altruistamente”, si me permitís la expresión, escribir por el puro placer de escribir, sin que busque argumentar, sin que busque convencer (lo cual me encanta, aunque cada vez reconozco que menos o, quizá, de una forma distinta), sin que busque dirigir la decisión hacia mi parte o mi versión de la realidad.
Qué bonito escribir por placer, qué bonito escribir porque nos llene el alma, porque nos traiga alegría, por ser partícipe de la expresión infinita de belleza que representan unas palabras bien escritas. Y, qué alegría retomar este hábito, cualidad o, incluso, virtud olvidada que tantas satisfacciones me dio en mis tiempos de estudiante. En aquellos tiempos en lo que todo estaba por venir y por decidir y en que el futuro era incierto, halagüeño y excitante. ¿Sabéis qué? Lo único que tenía clarísimo en esos tiempos es que tenía muy buenas cualidades de comunicación (aunque no lo verbalizaba, ¡toma contradicción!), tanto escrita como oral -la cual desarrollé a base de práctica y esfuerzo más tarde- y que me encantaba comprender, argumentar y entender las distintas versiones y aristas de mismo punto, porque aunque ante un hecho X, A llegue a la conclusión B, ante el mismo hecho X, C puede llegar a la conclusión F. Y eso era para mí lo bonito del Derecho, como a través de argumentos, perspectivas, razonamientos, apoyos legales, jurisprudenciales e, incluso, semánticos podía haber dos versiones distintas (o más), perfectamente defendibles, argumentables y sostenibles. ¡Qué bonito es ser jurista, por Dios! Pero…por muy bonito que sea -o fuese para mí- hay algo que, internamente, me empuja a buscar otras opciones, a transitar otros caminos, a buscar nuevas realidades… y no sabéis cuan dispares (nada que ver unos con otros), lo cual me parece a su vez divertido y retador, alentador y desafiante. Tomémonoslo con humor -que es lo que siempre intento-, se me viene a la mente … decoración, coaching, real state, asistencia a estudiantes para “aterrizar” en España (por cierto, ahora mismo vivo en Alcalá de Henares, lugar de nacimiento de Cervantes, Patrimonio de la Humanidad y ciudad estudiantil por excelencia, donde se acogen estudiantes de muchos lugares del mundo…de ahí esta idea de negocio), por supuesto, seguir siendo abogada, entrar al tema de sostenibilidad y RSC (de lo que hice un máster), eventos gastronómicos, coordinación de viajes, agencia de viajes, coaching para opositores (también lo fui), coaching para alimentación consciente (lidiando por conseguirla yo misma y encontrar balance), y otras ideas que he ido descartando según venían… Así que, ante este cacao mental “negocístico” he dicho: ¡qué diablos! Me gusta escribir… ¡escribamos! Y aquí me tenéis, publicando mi primer articulito no jurídico en el que os transmito el torbellino que es, ahora mismo, mi mente.