Desde la perspectiva de Marta ¿o de Alex?
Hoy toma el control una verdadera experta en ello. Hoy cedo los mandos a Marta, domina, líder, escritora y autora de Sexualidades Abiertas 🖤🔥
Toda historia entre dos tiene al menos dos versiones
Hace dos martes comenzó una historia, una historia que solo contaba una parte de la escena, la escena según la perspectiva de Marta (nuestro personaje) y como los martes va a ser costumbre acercarnos a otras perspectivas, no podíamos ignorar al otro protagonista de la historia.
Si no la leíste la tienes aquí, si bien, son historias que pueden leerse de forma independiente.
Esta es la casa de Marta que me invitó amablemente (en realidad me lanzó un reto y entré al trapo 🙃) a escribir ese relato de tintes bdsmeros sin mencionar ciertas palabras.
¿Cómo podría definir a Marta, la autora?
Marta es una persona perspicaz, inteligente, de mente abierta y muy zorra -en el sentido de dueña de la mejor de las astucias-, sabe utilizar con criterio cada una de las palabras que introduce en sus artículos. Marta no escribe, sin más, Marta te transporta, te provoca, te reta, te incita a conocerte mucho más profundo y a descubrir todos esos secretos que, a veces, por pudor mantenemos ocultos; y, todo, a través de sus palabras (ya sean habladas o escritas, porque también ha lanzado un nuevo servicio donde te susurra al oído para que avances en el complejo arte de conocer lo que más te gusta y lo que, en realidad, deseas). Desde que la leo, mi mente cada vez se abre un poquito más y me hago algo más sabia, porque no sólo escribe desde la provocación, el reto y la tentación sino desde el puro conocimiento y experiencia.
Cuando le lancé el relato para Sexualidades Abiertas, se quedó algo latente… un “hay otra versión de la historia” y esa versión de la historia es la que os traemos hoy.
Espero que la disfrutéis tanto como yo lo he hecho leyéndola.
Pero antes de entrar a leer, pásate por casa de Marta y suscríbete, porque tus barreras mentales, prejuicios y miedos van a ir cayendo uno a uno.
Os dejo con
, no sin antes decirle…Gracias por venir ❤️🙃
Lo que no viste de la 737
No fue una promesa. Fue un impulso.
Después de leer el relato de Isabel, había algo que no podía callar:
él también tenía una historia que contar.
Este texto es una versión íntima y contenida de lo que ocurrió en aquella habitación 737, pero desde su mente.
Desde Alex.
Desde ese punto exacto donde el control lucha con el deseo.
Donde la obediencia despierta más que la transgresión.
Donde el cuerpo calla… y la mente no puede más.
Si ya leíste el relato de Isabel, sabes lo que se vivió.
Si no lo has hecho, no pasa nada.
Este texto no explica. Acompaña.
Y sí, puede leerse solo… pero no se disfruta igual.
Con fuego cruzado,
Isabel Nogales & Dama_Vlc🖤
A las 17:37, en la habitación 737 – Alex
Sabía que iba tarde. No mucho, lo justo. Lo suficiente.
La había dejado plantada unos minutos a propósito. No por crueldad, sino por algo mucho más retorcido: la quería nerviosa, ansiosa, imaginando cada paso suyo por ese pasillo de moqueta. Quería que notara cómo el aire se volvía denso, que dudara si había hecho bien en dejar la puerta entornada. Que se preguntara, por un instante, si él vendría.
Y sí. Iba a venir.
Pero Alex no estaba tranquilo. Ni siquiera ahora, con la venda de seda en el bolsillo interior de su chaqueta y los detalles del encuentro planeados al milímetro. Tenía el corazón acelerado desde hacía una hora. Desde el mensaje de confirmación. Desde que leyó: “Te espero. 737.”
El ascensor subía lento. Demasiado. Cerró los ojos y respiró hondo.
No podía mostrarse agitado.
No podía dejar que notara lo que le costaba mantener el control.
Ella no lo sabía —o eso creía él—, pero aquella escena también era una primera vez para él. No en el juego, no en las reglas. Sino en lo emocional. En el peso de estar frente a alguien que le removía más allá del cuerpo.
Marta no era una más.
Y eso era lo que más le jodía.
No le tocaba el corazón. Le tocaba el ego. Le tocaba la mente. Y él no estaba acostumbrado a eso.
Se abrió el ascensor. Pasillo largo, luces cálidas. Alfombra que amortiguaba cada paso como si el hotel supiera lo que se iba a hacer allí dentro.
737.
Puerta entreabierta.
Era real.
Entró sin hacer ruido, cerrando tras de sí con un leve clic que resonó como un disparo.
La vio de espaldas.
Vestida, inmóvil, contenida.
Se quedó un instante observándola. No por morbo. Por respeto.
Había algo en esa tensión suya que le partía. Lo sabía: estaba nerviosa. Pero estaba ahí. Esperándole. Confiando. Y eso le atravesó de un modo que no supo nombrar. No era solo deseo. Era admiración. Era responsabilidad.
Respiró hondo otra vez.
La sesión comenzaba.
Y no podía permitirse fallar.
Cerró la puerta con suavidad. Ella ni se movió.
Lo estaba haciendo bien. Estaba entregada al pacto, aunque por dentro seguro temblaba.
No por miedo.
Por la tensión. Por no saber qué haría él con ese silencio.
Se acercó a la mesa del rincón y dejó allí la caja con la tarta, con la misma delicadeza con la que se coloca una ofrenda. La había recogido esa misma tarde. Una pequeña tarta de nata y cerezas amarena, elegante, discreta.
Nadie le había preguntado para qué era.
Ni siquiera él sabía explicarlo bien.
¿Fetiche? ¿Juego? ¿Desafío?
Solo sabía que imaginó sus pies hundiéndose en esa crema suave…
Y que su mente hizo clic.
Era un capricho.
Era provocación.
Era control.
Y si ella se dejaba… también sería belleza.
Se acercó despacio. Ella le daba la espalda, quieta como una estatua viva.
Apartó su pelo hacia un lado y rozó con los labios su cuello. Casi no la tocó, solo dejó que el aire cálido de su respiración la alcanzara.
Ella suspiró.
Y ese leve sonido le golpeó como un golpe seco bajo el esternón.
Quería más. Pero no podía correr.
Se colocó detrás de ella, bajó la voz todo lo que pudo y susurró:
— Recuerda que no te está permitido hablar.
Le puso la mano sobre la boca. No con fuerza, con presencia.
Sintió cómo respiraba contra su palma.
Contó hasta cuatro.
Su propio pulso le traicionaba, quería acelerarse. Pero ella no debía notarlo. No aún.
Apoyó levemente el pecho en su espalda, dejando que percibiera su contención, su calma medida.
Un dominador nervioso se traiciona a sí mismo.
Y él no había venido a jugar a eso.
Se alejó con cuidado y sacó de su chaqueta la venda negra de seda.
La desdobló como quien desenvuelve un secreto.
— ¿Te aprieta? —le preguntó, sin brusquedad.
— Aquí tienes mi mano —añadió, ofreciéndosela—. Si quieres que te la afloje, apriétala dos veces.
Ella no la apretó.
Perfecto.
Eso le dio seguridad. Y un segundo de peligro interno.
Porque esa entrega silenciosa, esa quietud… le excitó más de lo que esperaba.
Y lo sabía. Si se dejaba arrastrar por eso, perdería el control de la escena.
Así que respiró, volvió a su papel.
Y se colocó frente a ella, con los ojos ya cubiertos.
La miró.
No con lascivia.
Con admiración.
Le rozó los labios con los suyos, apenas. Una promesa, no un beso.
Un “esto no ha hecho más que empezar”.
Le cogió la mano con calma.
Notó su calor, su entrega.
Y la llevó hasta el sillón.
La hizo sentarse suavemente.
Sus dedos temblaban —los de él— pero no se notaba.
Se obligó a mantener el tono.
— Ahora prepárate para sentir algo distinto. Algo que no has sentido nunca antes.
Se giró, abrió con cuidado la caja sobre la mesa y la contempló como si estuviera a punto de cometer una herejía.
Nata y cerezas amarena.
Blanca, dulce, perfecta… con esos puntos rojos brillantes que parecían pequeñas manchas de pecado.
La tarta aún estaba fría.
La textura, exacta.
Pensó por un instante que aquello era una locura.
¿Y si a ella le resultaba desagradable? ¿Y si se reía?
Pero no. Ella estaba ahí. Sentada. Vendada. En silencio.
Respiró hondo.
Cogió su pie derecho con ambas manos.
Era delicado. Increíblemente expresivo.
Le gustaban sus pies desde el principio, pero ahora… ahora eran protagonistas.
Lo hundió con cuidado en el centro de la tarta.
Sintió el estremecimiento sutil en su pierna.
La nata fría, la sorpresa, la rendición.
Contuvo una sonrisa.
Y luego la frase, ensayada pero honesta:
— Marta… ahora vamos a saber si me has engañado o no.
Hizo una pausa, midiendo la tensión.
— Shshshsh… recuerda, no puedes hablar. Reírte sería romper nuestro pacto.
Cambió el tono: más suave, más bajo… casi paternal.
— Cómo te rías, me levanto y me voy —dijo, sin poder evitar una sonrisa que no se le notara en la voz—. Aunque me pierda estos suaves, preciosos, delicados y maravillosos pies.
Y entonces, la miró en silencio, o al menos, miró su expresión invisible bajo la venda.
No necesitaba verla reírse.
No necesitaba que rompiera el pacto.
Lo que necesitaba era resistirse a lo que iba a hacer.
Porque su pulso iba rápido.
Porque tenía hambre.
Porque no era sólo un juego.
Era adoración. Era rendición suya hacia ella, aunque ella creyera que era al revés.
Se inclinó.
Y cuando su lengua tocó por primera vez su talón cubierto de nata, algo en él se deshizo.
No era el sabor.
Era lo que provocaba esa lengua en ella.
Notó su contención.
Notó su silencio.
Y se dejó arrastrar por esa entrega muda… con más hambre de la que habría admitido nunca.
Su lengua bajaba lenta por el talón, rodeaba el arco, se detenía justo antes de los dedos…
Y ella no se movía.
No protestaba.
No se reía.
Ni una palabra.
Eso lo desarmaba más que cualquier súplica.
La nata tenía gusto a entrega.
La cereza, a exceso.
Y su boca, a urgencia contenida.
Mordió. Leve. Casi sin querer.
Solo para comprobar hasta dónde llegaba ella antes de romperse.
Pero no se rompía.
Y eso fue lo que lo rompió a él.
Empezó a respirar más fuerte.
Su mandíbula perdía ritmo.
La lengua ya no obedecía su mente, sino otra parte más baja, más hambrienta.
Se aferró a su pie como si fuera un ancla.
Como si ahí estuviera el único punto donde seguir fingiendo que tenía el control.
No sabía cuándo había empezado a gemir contra su piel.
Ni cuándo su cuerpo cayó, rendido, sobre su regazo.
Solo sabía que no podía más.
La respiración le temblaba.
La escena ya no era suya. Era de ella, y ni siquiera lo sabía.
Estuvo a punto de hablarle, de agradecerle, de soltar un “gracias por dejarme perderme en ti”.
Pero se mordió la lengua.
No podía romper el pacto que él mismo había propuesto.
Se mantuvo allí, respirando contra sus piernas, hasta que su mente volvió a enfriarse.
Y entonces, como si ella lo hubiera oído pensar, se preparó para levantarse.
Pero no.
Aún no.
Él tenía una promesa que cumplir.
Se incorporó, la miró —aunque no lo viera—, y sonrió.
— Tranquila, Martita. Te has portado muy bien.
Déjame reponerme…
y ahora empieza tu fiesta.
Lo dijo bajito.
Pero sabía que ella lo había escuchado claro.
Como todo lo demás.
Y ahora tu dirás, te vas a quedar con las ganas o vas a tocar la puerta para entrar, ver, explorar, aprender y dejar a un lado tus prejuicios.
Las puertas de su mazmorra están abiertas y quedan poquitos días para aprovechar la oferta de lanzamiento que
ha preparado para mentes curiosas y dispuestas a conocerse en el más amplio sentido de la palabra.
Os dije que prometía Pedro 🙃
Magistral! El toque perfecto entre la insinuación y la expectación