💘Lo que Elena aprendió usando Tinder: "Creía que tus uñas eran de verdad"
... y otras perlas que me han soltado en una cita Tinder
Esta serie empezaba con una reflexión ¿existe un solo tipo de amor? 💖💕✨
¿Qué me llevó a adentrarme en este sarao? 😅
Puedes leer los anteriores capítulos
➡️✨💘 aquí 💘✨⬅️
Acompáñame en mi primera serie de substack 💖 🙃
Espero que os guste , os entretenga y sirva al debate 🎇❤️·🍿😉·🗣️📢
Esta siendo un mayo intenso de colaboraciones y es que todos tenemos esa historia que contar que a nadie deje indiferente. Hoy viene a contarnos esa historia
.A Elena la conocí a través de Notes, publicó una note muy bonita preguntando quién estaba dispuesto a colaborar y me dije, ¡yo! Y aquí empieza la que espero que sea la primera de muchas colaboraciones 😊
Porque compartiendo se vive mejor, y haciendo colaboraciones salen iniciativas muy chulas, como esta.
Si no conocéis aún a la romántica de Elena, que nos embellece y romantiza la vida con grandes dosis de humor, como la que notaréis cuando leáis su historia, aquí tenéis su Substack para que os paséis a observar ese bonito jardín de orquídeas que adornan la ventana.
Os dejo con la historia de
, os vais a reír un ratito con sus desencuentros. Las penas compartidas son menos ¿no?"Creía que tus uñas eran de verdad"
... y otras perlas que me han soltado en una cita Tinder
¡Comienza la ronda de colaboraciones en este frondoso bosque! Cuando Isabel Nogales me propuso escribir sobre anécdotas de alguna cita Tinder o de cualquier app de citas, mi reacción fue reírme y en cuestión de segundos ya sabía sobre qué cita en cuestión iba a escribir. He tenido unas cuantas citas de este tipo y he de decir que, al final, siempre me han parecido una pérdida de tiempo. No recuerdo cómo se llamaba el chico en cuestión de la cita que os voy a contar, así que vamos a llamarlo… Señor Z.
Señor Z parecía majo en su perfil; no recuerdo bien qué me pareció en los mensajes, porque tampoco hablamos muchas veces, pero me debió de caer bien si accedí a quedar con él. Habíamos quedado en el centro de Madrid y yo me desplazaría después de mi trabajo, a unos 15 minutos en bus desde donde estaba. El caso es que a primera hora de la tarde me surgió un imprevisto y le avisé de que tardaría un rato en poder salir, así que necesitaba retrasar la cita una hora. Faltaba un buen rato para vernos, de forma que en teoría él no había salido aún hacia el punto de encuentro.
Se empeñó en ir a la hora acordada en primer lugar. Le dije que me esperara tomando algo, que le invitaba al llegar, porque no iba a estar esperándome una hora dando vueltas o de pie derecho. Me contestó que ya vería. Yo llegué antes de lo que había previsto, pero tarde respecto a la hora inicial (tal y como le había advertido). Tras presentarnos, primera banderita roja:
- Llevo una hora aquí, apoyado en la moto… me duele la espalda.
- Si llevas una hora, es que llegaste antes de lo que habíamos dicho al principio… ¿no has ido a tomar nada?
- No, es que no sabía cuánto ibas a tardar.
Ya, claro, pero te advertí de que podía ser cerca de una hora y te propuse invitarte a lo que te tomaras mientras me esperabas sentadito en el bar que te viniera bien, pensé. Debí haberme ido en ese momento. Porque si de primeras me pareció rarito, de segundas, más.
De alguna manera, me dejé convencer para subirme a su moto (lo siento, mamá) e ir a la zona de Bilbao. Supongo que porque me sentía culpable (o me hizo sentir culpable) y porque donde estábamos no había ningún sitio que le gustara al Señor Z. Podríamos haber quedado directamente allí y hubiera sido más rápido, pero él quería tener que esperarme con el coxis apoyado en el perfil del asiento, porque la comodidad del muro que tenía al lado o la de un simple banco no hubieran tenido el efecto que buscaba para poder decirme que le dolía la espalda “por mi culpa”. Viéndolo con perspectiva, una vez más, creo que tendría que haberme ido en ese momento. A la Elena del presente esto no le hubiera pasado.
Llegamos a una cafetería y pedimos. No recuerdo qué, pero eran dos meriendas. Ojo, dos meriendas recias, mucho más que mi economía en ese momento. Me encanta la palabra “recio” 🤣 A lo largo de la conversación, que no recuerdo apenas, tuve constantemente la sensación de que el Señor Z no pretendía coquetear, ni conseguir gustarme ni hacer un intento de que le gustara yo a él. Es más: parecía que buscaba confrontamiento. Minimizaba mis opiniones y vivencias, llevaba la contraria por defecto en todo. Pero, además, con una actitud de pasotismo y desgana muy raras. No recuerdo que se riera ni una vez. Lo que sí recuerdo es que de repente me cogió la mano izquierda, con delicadeza, mirando mis uñas. “¡Qué bonitas las llevas!”, “¡Qué manicura más curiosa!”, era lo que suponía que diría el Señor Z. Llevaba una manicura francesa con el filo en rojo, me la había hecho para la boda de una amiga y era la primera vez que me hacía una manicura fuera de casa. Estaba felicísima con ella. Había tenido cuidado extremo con mis uñas y, con todo, se me habían roto dos que tuvieron que igualarme a las demás con acrílico.
- Uf, creía que eran de verdad… qué asco.
Sin necesidad ninguna, le expliqué por qué llevaba esas dos uñas postizas, que apenas se percibía que lo fueran. Y desconecté. Arqueé una ceja y mandé a tomar viento al Señor Z en mi mente; sin embargo, soy una señora y en persona me despido con clase y cordialidad aunque hayas sido un tremendo imbécil. Nos acercamos a la barra a pagar. Estoy sacando la cartera y tiene el valor de decir:
- Invitabas tú, ¿verdad?
La camarera me miró, a la espera de mi respuesta para saber qué cantidad debía teclear en el datáfono.
- Sí, iba a hacerlo - respondí, sonriendo -. Pero he estado tan incómoda que he decidido que no - miré a la camarera y continué -. Cóbrame un café y la tarta de chocolate, por favor.
Ella, que había captado pequeños momentos de nuestra cita en sus idas y venidas con la bandeja, me miró con complicidad y contuvo una sonrisa.
Al salir, me despedí del Señor Z con dos besos y todavía tuvo el nervio de soltarme:
- Entonces, entiendo que no vamos a volver a quedar, ¿no?
- No, no vamos a volver a quedar. Adiós.
Y empecé a caminar en la dirección que tenía frente a mí que, por suerte, era la que debía seguir. Hubiera sido muy vergonzoso que me viera darme la vuelta con toda mi dignidad para ir en la dirección contraria. Y digno de una sitcom, como casi todo lo que me pasa.
¿Has tenido alguna experiencia de este tipo? En general, la gente con la que me he encontrado en estas apps ha sido maja, simplemente no ha habido conexión. Pero lo del Señor Z me marcó un poco y, ahora que tengo unos cuantos años más, entiendo por qué. No sabía qué era, pero había algo raro en su forma de relacionarse conmigo desde que decidió esperarme incómodo en la calle. Ahora sé que utilizó deliberadamente varias estrategias para manipularme emocionalmente y algunas surtieron cierto efecto. Creo que desde el primer momento me saltaron las alarmas, pero no sabía identificarlas como tales y las dejé pasar.
Moraleja: si tu instinto te dice que hay algo raro, es que hay algo raro.
¡Recuerda suscribirte a Nogales Experience para leer más historias divertidas de su sección sobre lecciones de Tinder!
En cuanto a mí, ¡gracias por leerme un día más! Te dejo un par de posts recientes por aquí, por si quieres pasarte. Si todavía no lo has hecho, suscríbete y comparte mi contenido, me ayudaría mucho 😊
Creatividad, series, ficción, fotografía y flores
Veintidós cosas que he aprendido en veintidós años de escritura
Por si no lo hiciste antes y te has quedado con las ganas de suscribirte, te dejo por aquí otra vez el Substack de
😉
Tal cual Lily jaja... Yo también me sentí muy identificada con la frase de "la Elena del presente"... Viviendo y aprendiendo...
¡Muchas gracias, por acogerme en tu casita, Isabel! Pronto, más ^^