Lo que te conecta con parte de tu esencia
Hay algo especial que sientes cuando vuelves a tu tierra, aunque no sea tu tierra directa, sino la tierra que vio nacer a tus padres; tu tierra por extensión, porque la visitas cada año desde el mismo momento en el que cobraste vida -incluso, antes, cuando ni siquiera eras proyecto-.
Ese algo especial, esa sensación de estar en casa es la que sentí según avanzaba en la carretera que conecta Don Benito con el pueblo natal de mi padre, en definitiva, mi pueblo. Tras 37 años de visitas largas y de visitas atropelladas. De juegos de niña. De lecturas de adulta. De amaneces y desayunos tras una larga noche de fiesta y de múltiples conversaciones interminables donde arreglar el mundo con tus amigos de infancia y adolescencia, puedes, definitivamente, llamarlo también tu pueblo.1
Me hubiera quedado 4 días más. Descansando. Llenándome de aire fresco, de campo, de esencia, de arraigo, … pero, de momento, es un pequeño placer que tendré que postergar.2
A lo que íbamos…
Las costumbres arraigadas
Fue una visita meteórica. Por capricho, de paso desde Mérida donde pasamos 3 días, pero el sentimiento llama y estando a 40 minutos en coche, era necesario. Si, necesario -no deseable- pasar por allí.
La cuestión es que, en un viaje exprés de menos de 24 horas, yo no hubiera pensado en visitar el cementerio. No obstante, si mi madre viene, tenemos que visitar el cementerio.
Me produce una sensación desagradable. No desagradable porque me den miedo los muertos. Tampoco por la fealdad o belleza del lugar. De hecho, creo que todos los cementerios esconden a voces cierta belleza -en ellos descansa el concepto mismo de eternidad-, sino porque me niego a creer que todo lo que han sido mi padre o mi abuela, ambos allí, pueda reducirse a un simple nicho que visitar, donde solo existe el cuerpo, los huesos o cenizas de aquellas personas que fueron en esta vida.
Esas personas que ocupan cada día nuestros pensamientos, nuestra forma de ser y de estar en el mundo. Nuestro entendimiento, nuestras creencias, buenas y malas, por romper y por afianzar. Por reafirmar y por redescubrir. Sus dichos, sus costumbres, su energía, sus anécdotas, el tiempo que pasaron con nosotros y con otras personas, las enseñanzas que nos dejaron y que se llevaron de nosotros.
Me niego a reducir a una persona a un nicho. Porque una persona sigue estando mientras sigamos reproduciendo lo que un día fueron, porque existe una energía que no se va con el cuerpo físico, que se siente, se presiente y se agradece, cada vez que la notas a tu lado. Porque conduciendo, soy mi padre. Porque cuando pido con educación y por favor un café o la cuenta soy mi padre, porque cuando doy una propina generosa después de un buen servicio, soy mi padre. Porque cuando intento hacer todo por ayudar a otro, aunque no me lo pida, soy muy mi padre. Porque cuando contrasto los titulares de varios periódicos nacionales e internacionales en busca de “mi verdad” sobre una noticia fuera del sesgo de quien solo busca confirmar su propia opinión, lo soy más que nunca. Porque cuando veo a mi hermana hacer ciertos gestos, utilizar ciertas palabras o poner específicas caras, lo estoy viendo a él reflejado en ella. Porque cuando releo sus libros o me rio leyendo el Quijote, en su costumbre -que hice mía- de releerlo cada dos veranos, estoy viéndolo reírse conmigo.
Porque no se puede reducir el honrar a una persona, a visitar el lugar físico donde descansa el cuerpo que ocupó en esta vida y del que ha quedado liberado tras la muerte.
Porque, a veces, pregunto ante una encrucijada, ¿Qué opinas Papá? Y me respondo yo sola. ¿A qué sí? Eso creía. Porque, a veces, me falta su opinión o su criterio de viva voz, pero, en realidad, sé lo que me está diciendo.
Por eso no me gusta esa costumbre, por eso no veo necesidad en practicarla y por eso creo que no hay mejor formar de honrar a quien ya no está aquí físicamente que, viviendo según tus propias reglas como él lo hizo -y a buen seguro, sigue haciendo-, disfrutando tanto o más como puedas de la vida y no dejándote amilanar por tonterías. Porque no hay nada serio en la vida salvo la muerte (y la enfermedad que te lleva a ella). Y si esto es un juego, hemos venido a jugarlo hasta que nos vayamos todos.
Y, para ti ¿Cuál es tu mejor forma de celebrar la vida y de honrar a quién ya “no está aquí” aunque estén (yo creo que están)?
Si te ha gustado, te ha removido o te ha hecho pensar porqué nos preocupamos por las tonterías que nos preocupamos, se agradece un ❤️ y, si te apetece, que dejes un comentario o lo compartas para que llegue a más personas que sólo se preocupan por tonterías reversibles.
Cuando aún no acechaban las obligaciones y las expectativas y todo aquello con lo que se supone que debemos cumplir o que estamos llamados a proyectar de “mayores.”
Aunque sea libre no lo soy del todo…
Usos y costumbres adquiridos = cadenas. Totalmente. En lo personal, en lo social… 🙄
Tu texto me ha hecho asentir más de una vez. Lo he leído con esa mezcla de emoción serena y lucidez que me despiertan los textos que no solo cuentan, sino que encarnan. Lo que has escrito no es solo un homenaje a tu padre o a tu pueblo, es también una declaración de cómo uno puede vivir con conciencia, sin dejarse arrastrar por inercias heredadas que ya no nos representan.
Tu rechazo a reducir el recuerdo a un ritual obligatorio me parece no solo legítimo, sino profundamente coherente. Hay costumbres que nos ayudan a conectar, y otras que, con el tiempo, sentimos que nos desconectan de lo esencial. Y reconocer eso sin culpa, sin necesidad de justificarte ante quienes lo hacen distinto, me parece una forma de madurez afectiva. No hay forma única de honrar. Hay formas vivas, formas personales, formas que hacen sentido. Y esa es la clave: que hagan sentido.
Lo verdaderamente importante no está en el gesto social o en el protocolo familiar, sino en cómo seguimos encarnando lo que nos dejaron. En ese café pedido con cortesía, en esa risa compartida con el Quijote, en esa manera de buscar la verdad sin rendirse al ruido. En todo eso, tu padre vive, se expresa, se refleja.
Gracias por decirlo con tanta claridad, y también con tanta ternura. Nos recuerdas que honrar a los que amamos no es repetir mecánicamente lo que se espera, sino atrevernos a vivir de forma congruente con lo que realmente nos une a ellos.
Un abrazo lleno de reconocimiento y respeto,
Pedro Gala
Escritor y lector atento
(Que también habla con los que ya no están… y a veces escucha sus respuestas)