💘Lo que Pedro imaginó que aprendería usando Tinder: "La única mesa disponible"
Una cita gourmet por Tinder que se fue al infierno… con estilo.
Esta serie empezaba con una reflexión ¿existe un solo tipo de amor? 💖💕✨
¿Qué me llevó a adentrarme en este sarao? 😅
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Espero que os guste , os entretenga y sirva al debate 🎇❤️·🍿😉·🗣️📢
Qué os voy a contar de
… lo admiraba muchísimo antes de conocerlo “en persona” -dígase telemáticamente y a través de numerosos mensajes y comentarios intercambiados- y lo admiro, aún más, después de habernos puesto voz y cara y charlar en una hora que se trasformó en segundos durante la entrevista que le hice. No sé si la escucharías o verías, pero te la dejo por aquí,1 por si acaso: tiene una forma de escribir que te envuelve, que te atrapa y que no te deja salir más, así que, “quién avisa no es traidor…” si te suscribes y luego no puedes parar de leer… no te quejes.Es uno de mis autores recurrentes 😊
De mis series preferidas, la de Carmen Navarro. Soy fan confesa de los libros de suspense y de las novelas policiacas. De niña podía tirarme horas y horas enteras leyéndolas. Ahora… menos de lo que querría, así que esta serie me ayuda a reconectar con esa niña lectora empedernida.
Pedro tiene un estilo pausado, reflexivo, profundo, tremendamente elegante. Una maravillosa habilidad para que te sumerjas en su historia y que cuando salgas de ella ya no seas el mismo. Aquí os dejo su Substack, por si compartimos gustos ❤️
En mi🔝 de recomendaciones literarias de esta plataforma.
Os dejo con este thriller gastronómico que no os dejará indiferentes…
Sospecho que te vas a querer suscribir… arriba tienes el botón 😉
"La única mesa disponible"
Una cita gourmet por Tinder que se fue al infierno… con estilo.
¿Hasta dónde estarías dispuesto a mentir en una primera cita? ¿Y si la cena se convierte en un campo de batalla emocional, con un maître despechado, un chef vengativo y un menú que parece escrito por Freud en plena crisis existencial? Esta es la historia de una cita por Tinder que empezó con mentiras pequeñas y acabó en caos con postre. Y sí, hubo suflé.
Entrada: Póngame la mesa para dos, y que sea la del caos
Se conocieron por Tinder. Él le dio match porque le gustaban las azafatas. Ella le escribió porque le parecían graciosos los tipos que se sacaban selfies con sus “sobrinos” que claramente eran hijos propios. Acordaron verse sin saber mucho más, lo justo para imaginarse la vida del otro sin que la realidad estorbara.
—¿Y tú qué haces? —preguntó él nada más verse frente a la puerta del restaurante.
—Soy azafata —mintió ella, con esa sonrisa que solo se entrena tras 24 horas de guardia en Urgencias.
—Qué casualidad. Yo soy policía —respondió él, alisándose la camisa de Zara con aire de comisario de serie de Antena 3.
Ambos sabían que el otro mentía. Pero también sabían que si uno confesaba, el otro lo haría también. Así que decidieron sostener la farsa.
El restaurante Le Désastre estaba vacío. Literalmente. No había otra mesa ocupada, ni ruido de platos, ni música ambiental. Solo una luz tenue, una mesa para dos con velas torcidas y un aroma a colonia cara y sopa de cebolla quemada.
Apareció entonces Fabrice, el maître. Un hombre de unos cincuenta, con esmoquin desgastado, mirada intensa y energía dramática.
—Sean bienvenidos a Le Désastre. Esta noche son nuestros únicos comensales. Nuestra propuesta culinaria es un viaje a través del resentimiento amoroso y las emociones mal digeridas. ¿Vino?
—Sí, claro —respondieron los dos al unísono.
—Perfecto. Yo no bebo desde el martes pasado, así que disfrutaré viéndoles.
Se marchó con paso de flamenco ofendido. Desde la cocina se oyó un golpe seco y una voz que gritaba:
—¡No me hables, Fabrice! ¡No hasta que te disculpes por lo de anoche!
Fabrice levantó la voz sin mirar atrás:
—¡Disculpas tú! ¡Y no me vuelvas a servir risotto en plato hondo!
La pareja se miró con una mezcla de incomodidad y fascinación. Él se encogió de hombros:
—Los chefs son temperamentales.
Ella asintió:
—Como los pilotos. Aunque yo no debería decir eso, protocolo de cabina…
Ambos rieron. Era su primera cita. Su única mesa. Y estaban a punto de comerse el menú más extraño de sus vidas.
Plato principal: Mentiras a la parrilla y emociones al dente
El primer plato llegó con estruendo. Literalmente. Fabrice lo dejó caer sobre la mesa como si estuviera en plena subasta judicial.
—Consomé de rencores en caldo de indiferencia emocional. No se molesten en soplar. El resentimiento ya viene frío.
—Gracias —dijo ella, conteniendo la risa.
—No gracias a mí —respondió él con un suspiro dramático, y se esfumó entre las sombras del comedor.
Ambos miraron el plato: un líquido grisáceo flotando sobre una hoja de laurel perfectamente centrada.
—Esto parece sopa de fotocopiadora —dijo ella.
—Debe ser cocina conceptual —intentó defender él, con su pose de comensal aventurero que solo había ido al Vips.
—¿Así son siempre tus cenas fuera de comisaría? —le provocó, con los ojos brillando de sarcasmo.
—Sí, claro. El cuerpo me paga una tarjeta gourmet —respondió él sin pestañear.
La mentira flotaba entre ellos como el olor a caldo recalentado. Pero mentir era más fácil que admitir lo obvio: que llevaban semanas queriendo gustar a alguien, aunque fuese inventándose una versión más interesante de sí mismos.
Volvió Fabrice, esta vez con el segundo plato.
—Carpaccio de expectativas rotas con reducción de promesas no cumplidas. ¡Ah! Y pan. Del día anterior, como nuestras discusiones.
De la cocina se oyó una sartén caer, y luego la voz del chef:
—¡No hables de nuestras discusiones con los clientes, Fabrice!
—¡Yo hablaré de lo que me dé la gana, monstruo de las bechameles! —gritó Fabrice con los ojos vidriosos.
La pareja comía en silencio. El carpaccio sabía a vinagre, limón y algo más… ¿autobiográfico?
—Esto es… fuerte —dijo él.
—Como tus interrogatorios, supongo —dijo ella, mordiéndose la lengua para no decir “como el café del hospital”.
—¿Y tú viajas mucho? —preguntó él, probando suerte.
—Sí. Lo justo para que mi maleta tenga nombre propio.
—¿Y tú? ¿Muchos casos?
—Demasiados. Especialmente los de fraude emocional.
Ambos rieron, nerviosos, como dos adolescentes que se esconden tras la ironía. Entonces llegó el plato principal.
—Filete de contradicciones sobre puré de silencios incómodos. Si no les gusta, háganmelo saber. Yo lo ignoraré, como él ignora mis sentimientos —anunció Fabrice, señalando teatralmente la puerta de la cocina.
El filete estaba crudo por dentro y quemado por fuera.
—Esto es lo más honesto que hemos comido —dijo ella.
—Sí. Al menos no pretende engañar a nadie.
Se miraron. Una pausa. Un silencio.
—Yo no soy policía —dijo él de pronto.
Ella lo miró. Y sonrió.
—Y yo no soy azafata.
—¿Qué eres?
—Médico. De urgencias. ¿Y tú?
—Abogado.
Volvió Fabrice con los postres, justo a tiempo para interrumpir el momento de verdad.
—Suflé de reproches con lágrimas de chocolate amargo. Espero que les guste. Es lo único que nos queda. Como pareja.
Desde la cocina estalló una olla a presión.
—¡TE ECHÉ LA SAL EN EL CORAZÓN PORQUE YA NO SABES DAR SABOR A NADA!
—¡Y tú cocinas con odio, no con amor! —replicó Fabrice, derramando un poco de lágrimas de chocolate sobre el plato.
Postre: Caos caramelizado y fuga por la cocina
El postre temblaba. Literalmente. El suflé de reproches se movía como si algo estuviera vivo dentro.
—Esto está… ¿respirando? —preguntó ella, inclinándose con cautela.
—Debe ser espuma emocional —dijo él, con fingido aplomo.
Pero no había tiempo para degustar nada. Desde la cocina salió una olla volando que se estrelló contra una columna. Fabrice entró en escena con un cuchillo para mantequilla en la mano y lágrimas negras (¿chocolate?) en los ojos.
—¡NO PUEDO MÁS! ¡ESTO NO ES UN RESTAURANTE, ES UN CEMENTERIO DE ILUSIONES!
El chef, un hombre bajito con gorro de cocinero ladeado y mirada de culebrón venezolano, apareció empapado en salsa bechamel.
—¡Cállate, Fabrice! ¡Diles la verdad! ¡Diles lo que somos!
—¡NO SOMOS NADA DESDE QUE TE PASASTE AL GLUTEN FREE! —gritó el maître, tirando la servilleta al suelo como quien lanza el guante en un duelo.
La pareja, todavía sentada, se miró. Él cogió su copa. Ella su bolso. Nadie hablaba del suflé.
—¿Esto pasa siempre en tus cenas Tinder? —preguntó él.
—Normalmente no. A veces hay música en vivo —dijo ella, incorporándose.
Entonces se apagaron las luces. Un foco los iluminó. Del techo bajó una pantalla con letras en Comic Sans:
“EXPERIMENTO EMOCIONAL #43: LA VERDAD A TRAVÉS DEL CAOS”
Una voz automatizada dijo:
—Gracias por participar. Esta cita ha sido patrocinada por Tinder: descubre quién eres cuando todo se desmorona.
—¿QUÉ? —dijeron los dos al unísono.
—¡VÁMONOS DE AQUÍ! —gritó ella, agarrando al abogado del brazo.
Corrieron hacia la cocina, esquivando cucharones voladores y gritos de ruptura en francés mal pronunciado. Agarraron una botella de vino del estante y empujaron la puerta de salida con el corazón acelerado.
Afuera, el aire frío sabía a libertad y champiñones salteados.
Se miraron, riendo. Respirando.
—¿Y ahora? —preguntó él.
—Ahora nos vamos. A cualquier sitio que no tenga carta emocional.
Y así fue como acabó la cita más absurda de sus vidas. Nunca volvieron a verse. Pero a veces, en noches muy aburridas, se encuentran contando la historia del restaurante donde el menú eran ellos mismos.
Última frase:
“Nunca volvieron a verse, pero aún recuerdan el filete de contradicciones.”
Por si no lo hiciste antes y te has quedado con las ganas de suscribirte, te dejo por aquí otra vez el Substack de
😉En versión Spotify, por si lo prefieres:
De verdad, este Pedro me ha hecho reír mucho
¡Me has hecho reír y me atrapaste con esa cita tan loca! 😂🍽️🍷
Entre risas, mentiras y suflés que parecen tener vida propia, ¡vaya menú! 🤯🔥
Si esta historia fuera una serie, yo ya estaría enganchada. 📺💥
Gracias por compartir esa joyita, ¡eres una crack! 🙌✨