¿Miedo a la exposición o celo por la intimidad?
Qué es lo que se esconde en realidad detrás de nuestros mayores miedos o de nuestras infinitas excusas. ¿Te has parado a pensarlo alguna vez?
A raíz de empezar a publicar en esta plataforma y darle a conocer esta habilidad “dormida” -o más bien escondida- a mis amigos y contactos, son varios los comentarios que me han llegado de amigos del tipo “Isa, si vas a empezar a publicar artículos, quizá convendría que cambiaras tu usuario de Instagram.” O “si conoces a alguien y le das tu perfil, en cuanto te des la vuelta se va a olvidar” o “es probable que quieran conocer tu trabajo, pero ese usuario es ininteligible, deberías cambiar el nombre de tu usuario”. Si esto lo sumamos a que yo ya venía barruntando en mi cabeza si debería crear un usuario específico para estos menesteres o cambiar el nombre del mío, mi pregunta del por qué de esa elección, del por qué de ese nombre de usuario se me hacía inevitable.
Si bien al principio parecería que ambas cuestiones son inconexas, estos comentarios me han hecho reflexionar. Me han hecho reflexionar sobre el porqué de la elección de esa amalgama de siglas inconexas en Instagram, Spotify u otras plataformas en las que estoy dada de alta como usuaria, pero en las que raramente participo. Y me han hecho pensar, también, en el porqué de esconderme tanto y ser tan reacia a publicar fotos o a que otros publiquen fotos mías. Pues bien, dentro de esta mezcolanza de ideas que pululan por mi cabeza, se me han ocurrido dos principales motivos “ocultos”:
Primero, celo por la intimidad. Siempre he sido una persona muy discreta, por lo que, en principio, podría cuadrar con esta característica intrínseca el no divulgar ni dar a conocer información sobre mí. Desde muy pequeña no quería salir en fotos (ahora me gustan, aunque he de reconocer que no tanto cuando salgo mal…), lo que explicaría esta tendencia en la vida adulta. Si bien creo que esto es demasiada tela que cortar para este solo artículo y se nos podría ir de madre esta reflexión (lo dejamos para otro mejor ¿no?).
Segundo, miedo a la exposición. Miedo a ser vista y a que sepan como soy en realidad, lo que pienso, lo que hago, lo que creo, en lo que me posiciono. Miedo, quizá, a la crítica tanto mala como buena, miedo a ser escuchada, miedo a destacar en algo. Porque, quizá, si destaco en algo ya me comprometo a seguir haciéndolo, ya genero expectativas y ya no es tan divertido, porque intervienen otros, no solo yo, e interviene el tan temido y complicado, a veces, “lo que esperan de mí”.
Miedo, quizá, a la crítica tanto mala como buena, miedo a ser escuchada, miedo a destacar en algo.
Descartada la primera, porque tampoco me importa compartir o que compartan algunos recuerdos donde aparezca o que desconocidos vean alguna foto mía, me queda la segunda opción. Y es que, al fin y al cabo, si desmontamos punto por punto este exceso de celo por la intimidad no tiene ningún sentido. A diario, vemos fotos de desconocidos y todos los días, al menos, para quienes vivimos en ciudades de cierto tamaño, nos cruzamos con múltiples desconocidos en persona; luego, insisto, carece totalmente de sentido ese pavor a que no sea publicada ninguna foto en la que pueda aparecer. Y… ¿a qué nos lleva esto, queridas amigas? Pues… a un garrafal miedo a la exposición. Se trata, queridas lectoras, de un miedo a la exposición como una casa y, quizá, miedo también a tomar responsabilidad de mi propia voz y, no solo de eso, sino de exponerla -no obstante ser considerada por muchos de mis amigos y conocidos como una voz valiosa; y buscada, incluso, en muchas ocasiones-.1
Miedo también a tomar responsabilidad de mi propia voz y, no solo de eso, sino de exponerla.
Y mi pregunta ahora es ¿Qué nos lleva a tener ese miedo irracional? Y digo nos, porque sé que es una cuestión que no solo me afecta a mí, sino a muchísima, muchísima gente. En este punto, merece la pena realizar el esfuerzo intelectivo de cuestionarse ¿Qué es lo peor [mejor] que puede pasar?
Que no me lea nadie. Me quedo igual. Siempre he escrito con o sin un lector -ajeno a mí- al final de la cadena de redacción, con lo cual, resultado neutro.
Que reciba críticas a lo que expongo u opiniones contrarias. Como os decía en mi primer artículo llevo siendo abogada un montón de tiempo y lo cierto es que me gusta discutir, en el sentido de dar los argumentos y razones de mi posición y de tratar de entender y hacerme entender. La crítica y las opiniones diversas serían un halago, porque eso significaría que el tema suscita controversia y me daría la opción de contraargumentar y generar debate y discusión (cosa que también me encanta). Por otro lado, que no le guste a alguien tampoco es motivo de pesar. Simplemente, en la vida hay tantos gustos como personas e igual que hay personas a quienes no les gustará, habrá tantas otras a quienes les guste, les apetezca leerlo o, con suerte, les encante (es cuestión de pura estadística).
Que alguien se sienta identificado y apoyado con lo que expongo. Sería todo un logro. Hacer sentir a otra persona que lo que está viviendo no le pasa sólo a ella y que hay personas con las mismas preocupaciones, que se sintiese acompañada en la distancia por estas letras, sería uno de los mejores resultados de esta aventura.
O que, simplemente, sea genial para un montón de personas y les encante, eso les lleve a compartirlo con otras personas a quienes les pueda gustar o ser de utilidad, y empiece a servir de plataforma para exponer esta voz “dormida” o no conocida por desconocidos, hasta ahora. Pues, oye, ni tan mal.
¿Que es lo
peor[mejor] que puede pasar? […] Que, simplemente, sea genial para un montón de personas y les encante, eso les lleve a compartirlo con otras personas a quienes les pueda gustar o ser de utilidad y sirva de plataforma para exponer esta voz “dormida”.
A dónde quiero llegar, analizando mi propio caso (seguro extrapolable a otros muchos), es a cuántas veces nos autolimitamos por estúpidos miedos infundados, por lo que pueda opinar la gente o por miedo a que sea un fracaso. Cuántas veces nos privamos de hacer algo que nos gusta, que nos encanta, que nos ilusiona, por estas construcciones de nuestra mente. Cuántos miedos a la exposición y miedos al fracaso estarán impidiendo que disfrutemos de las maravillosas cualidades de mentes únicas y genuinas. Intentemos analizar el asunto con detalle (que tiene miga…) qué es un fracaso, para quién lo es, de qué está hecho ese fracaso, lo que para otro es un fracaso para mí es un éxito o lo que para mí es fracaso es un éxito para otro, ¿hay distintas concepciones de éxito y fracaso? Es una cuestión para reflexionar... Quizá mi fracaso sería dejar de escribir, quizá mi fracaso sería no haber publicado nunca nada, quizá lo sería no darme la oportunidad de exponer públicamente aquello en lo que pienso y sobre lo que recapacito cada día. Quizá el fracaso sería no dar la oportunidad a otras personas de conectar con lo que escribo.
Cuántas veces nos privamos de hacer algo que nos gusta, que nos encanta, que nos ilusiona, por estas construcciones de nuestra mente.
Quizá mi éxito, por tanto, sea simplemente el amor y el tesón de publicar por publicar, de divulgar lo que escribo y de dar la opción a otras personas a que se sientan identificadas con ello y menos solas o aisladas en sus pensamientos o, simplemente, a despertar una nueva idea que no habría sido considerada de otro modo o generar debate en torno a un determinado concepto. Y, he hablado de miedo a la exposición enmascarado de un celo enfermizo por la intimidad, pero cuántos miedos que nos impiden avanzar y hacer lo que realmente queremos no estarán enmascarados bajo otras etiquetas que nos impiden ahondar en lo que realmente hay debajo, en los miedos que nos impiden hacer lo que realmente queremos. Escuchaba en un podcast hace muy poquito que el miedo es como un espantapájaros, esta ahí para evitar que los pájaros se coman los mejores frutos, pero una vez que te das cuenta de que es eso, un espantapájaros, un objeto inerme e indefenso, te das cuenta de que te estabas privando de comerte los mejores frutos. Y eso esconde el miedo, los mejores frutos, nuestras mejores cualidades, que, muchas veces, pasan inadvertidas por hacer caso de algo intangible que ni siquiera existe. Así que, como reflexión final, y con eso me despido, a no ser que algún valiente quiera empezar un debate en torno a estos pensamientos, por favor, no dejemos que gane el espantapájaros.
PD: optimista empedernida…me quedo siempre con la mejor opción, si podemos elegir…por qué optar por la menos buena.
Curioso…me he dado cuenta al leer el Artículo completo, pero no he querido corregirlo porque da para otra larga reflexión. Me refiero a un lector en femenino al hablar del miedo a la exposición. ¿Creéis que es una cuestión que afecta más a las mujeres?